Quería compartir lo que me ha pasado hoy porque creo que nos pasa a muchas personas y es fundamental saber cómo gestionar esa sensación de sentirte “desterrada” en tu propia familia.

Te sitúo…

Es verano, mi hermano se va con mi madre y mis sobrinos (que viven a 600km de mi casa) a casa de mis tíos en el norte. Me lo dijo mi madre y yo, emocionada por la idea de poder juntarnos todos en casa de mi tío, como cuando éramos pequeños y nos reuníamos los primos, le dije que quizás yo también podría ir. Yo vivo más cerca de mi tío que de mi madre y hermano, así que rápidamente me monté mi película tipo “Casa de la Pradera”. Esa ilusión fue breve, se terminó con una bofetada virtual: “con nosotros, la casa estará llena, no habrá sitio”. ¡Zasca! Lo que yo traduje automáticamente como un “nosotros sí, tú no”.

"Esa ilusión fue breve, se terminó con una bofetada virtual: “con nosotros, la casa estará llena, no habrá sitio”. ¡Zasca! Lo que yo traduje automáticamente como un “nosotros sí, tú no”.
Nosotros sí, tú no.

Eso me quedó dando vueltas unos días, ese runrun que no se va ni con agua hirviendo… Así que decidí buscar otra solución para reunirme con ellos. Como se iban una semana, propuse que vinieran a mi casa primero unos días y luego se fueran a casa de mis tíos. Hasta les mandé un vídeo mostrándole a mi hermano dónde se podía quedar con los niños, sabiendo de antemano que las probabilidades de que él aceptara eran más bien escasas (por no decir nulas). Mi pensamiento: ya tengo el no, voy a por el sí.

Con lo que no contaba era con la respuesta de mi madre, tajante, innegociable. Que si ya estaba hablado, que si mis primos se habían organizado, que si los primitos (hijos de mi hermano y de mis primos) podrían estar juntitos,… Vamos, adórnalo como quieras. Pero no.

¡Toma ya!

Mi primera reacción fue de asombro, sorpresa, incredulidad. Lo leí dos veces por si no lo había entendido bien. No y punto. A esa primera reacción le siguieron las lágrimas, por supuesto. Ya es doloroso cuando alguien te dice que “no te ajunta”, pero vamos que te lo diga tu madre… otro ¡zasca!

Paremos un momento…

Como soy coach y explico el tema de emociones: cómo las creamos, decidimos cuáles queremos tener, etc. y llevo ya un camino recorrido en esto del desarrollo personal, lo primero que empecé a hacer fue a racionalizar esas emociones, decidir si quería mantenerlas o cambiarlas, si eran útiles, etc. Y, ¿ sabes qué? Recordé que las emociones están ahí para mí, para ti, para cada una de las personas que las vive. Tenemos que prestarles atención porque nos están intentando ayudar o enseñar de alguna manera. Así que me permití sentir ese dolor, porque estaba ahí y no es sano ignorarlo. Por supuesto me dolió en lo más profundo de mi ser: ya no me quieren en esta familia. Y lloré lo que hacía tiempo que no lloraba.

No solo desterrada, además llorona…

Cuando expresé ese dolor, menguó. Se hizo más chiquito. Y entonces aproveché para gestionar esa emoción en concreto: el dolor. Cada uno le puede atribuir el significado que quiera, la intención (o mala intención) que quiera, la duración que quiera,…

Decidí que mi llanto había sido proporcional  a ese dolor o pena y le puse fin. Luego lo analicé: antes de asegurar que mi madre no quiere que forme parte de la familia, hice una lista mental de todas las situaciones en las que mi madre me ha incluido y me sigue incluyendo. Además, decidí ampliar un poco el foco y observé, desde un lugar de no juicio, lo que rodea a mi madre en este momento (no está bien de salud, anda muy cansada, mi abuela está ingresada, intenta mostrar que todo va bien…). Y, por último, evalué si quería seguir pegada a esa emoción (es decir, seguir lamentándome mucho tiempo más y convertir el dolor en sufrimiento) o dejarla ir (ya la había podido sentir y manifestar).

Y ahora, ¿qué?

Decidí sentirla, entenderla, agradecerle haber aparecido y dejarla ir. La mayoría de humanos sentimos. Algunas personas sentimos con mucha intensidad, tanto lo que nos gusta como lo que no nos gusta. Tenemos que entender que no existen las emociones “malas”, la tristeza, el dolor, la rabia… son emociones muy positivas, nos hacen cambiar de estado, nos preparan para cambios, para ser más conscientes de algunas cosas.

Cuando te sientas “menos bien”, permítete sentirlo, entiende qué te quiere mostrar de ti, agradécelo y déjalo ir, para que no te retenga donde no quieres estar. Tampoco te resistas a sentirlo, porque se quedará ahí. Suéltalo y sigue tu camino. Yo, además, le di las gracias porque cuando gestioné la emoción, comuniqué a mi madre cómo me había sentido y que sabía (y lo digo convencida) que esa historia no se creó en su cabeza, se creó en la mía.

En resumen: ni te resistas, ni ignores, ni te quedes pegada a las emociones. Siéntelas, entiéndelas y déjalas ir. Si dejas ir las que te hacen sentir mal, dejas espacio para las que te hacen sentir bien. Tú decides.

“¿Quieres cambiar tu futuro? Cambia tu presente. Si no sabes cómo, te ayudo.”

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