Estoy segura que te vas a sentir identificada con lo que te voy a contar. Y si no lo sientes en primera persona, segurísimo que tienes alguien a tu alrededor así.
Mira, hace muchos años, me castigaba por todo lo que hacía mal. Estamos en una sociedad en la que hacer las cosas bien pasa desapercibido porque es nuestro deber. Pero, hey, no vayas a suspender un examen, quedarte en blanco en una entrevista de trabajo, no saber todos los detalles de un proyecto, decir algo políticamente incorrecto, olvidarte, equivocarte o meter la pata… porque ahí sí tienes toda la atención (y no de la mejor manera). Me pasé muchas noches en vela repasando todo lo que había hecho mal a lo largo del día (¡y eran muchas cosas!) y pensando cómo lo podría haber hecho bien (porque claro, cuando ya ha pasado se ve tan fácil). ¿Por qué le dije eso a ese chico que tanto me gusta? ¿Por qué hice eso y no aquello? Por supuesto, esto me hacía muy infeliz.
¡Qué gran descubrimiento!
Un día, no hace mucho, descubrí que hago más cosas bien que mal. ¡Fue todo un shock! Lo que pasaba es que daba mucha importancia a mis errores, gastaba mucha energía, les hacía unas fiestas impresionantes. Ponía tanto empeño en resaltar mis equivocaciones que mis aciertos pasaban desapercibidos. Imagina 100 monjes budistas, felices ellos en sus meditaciones transmitiendo amor y paz a la humanidad… y un par de energúmenos con panderetas montando follón. ¿En quién crees que me fijaba más? Decidí cambiar mi enfoque.

Además de esto, decidí hacer más cosas bien. ¿Sabes cómo? Sencillo: decidí que sólo sería «malo» aquello de lo que no pudiera aprender. Así que si algo no me sale como había pensado y puedo aprender de ello… lo etiqueto como «bien».
Ahora cuando algo no sale como esperaba, sigue sin gustarme, pero no me quedo pegada a esa emoción, no la voy alimentando. Gracias al camino que emprendí hacia la mejora personal, a día de hoy siento esa emoción, veo qué puedo aprender de ella, qué puedo hacer mejor y me repito que sigo aprendiendo y que soy humana y puedo permitirme días malos,… Y me enfoco en lo que sí hago bien.
Pasito a pasito…
Si miro hacia atrás en el tiempo, me doy cuenta que aunque algunas cosas me habían quitado el sueño, me habían «demostrado» lo «tonta» que podía llegar a ser… ¡Todas fueron aciertos! Gracias a lo que salió como esperaba y a lo que no, estoy donde estoy y soy quien soy. Y es que se nos olvida que así aprende el ser humano: a base de ensayo-error-ensayo-error-¡acierto! Voy a usar un ejemplo que se usa mucho pero por el que tú también has pasado: aprender a caminar.
Caminar es una de las actividades más complejas de aprender. El cerebro tiene que estar a mil y una cosas, todas nuevas, todas a la vez y que tienen que funcionar con gran precisión o… te estampas contra el suelo. Una sola persona se cae miles de veces antes de poder andar con soltura, antes de lanzarse a correr. Así que cuando algo te esté costando, solo recuerda que tuviste que intentarlo muchas veces antes de que llegara la buena.
¡Y qué decir de la alegría que sintieron tu madre y tu padre cuando diste tus primeros pasos! Seguramente, tú no lo recuerdas (yo tampoco, estaba más pendiente de dar ese paso, de no caerme) pero ellos sí.
Y me pregunto: ¿por qué se pierde esa buena costumbre? La de celebrar esos pequeños pasos. ¡A saber! Pero, ¿te cuento un secreto? ¡La podemos recuperar!
¡A comer helado!
Llega un momento en nuestra vida en que tenemos que agradecer todo lo recibido por nuestras madres y nuestros padres y adueñarnos de nuestro presente, responsabilizarnos de nuestra vida. Ya somos adultas, ¿no? Seamos nosotras las que celebremos nuestros propios logros, esos pequeños pasos que nos acercan a nuestros objetivos. ¿Cómo? Pues puedes reunir a todas tus amigas y pegarte la fiesta del siglo… aunque te propongo otra cosa. ¿Qué te hace feliz? A mí, por ejemplo, me gustan los helados. Bueno, pues de vez en cuando, cuando algo me sale bien, en lugar de marcarlo como «hecho» y pasar a lo siguiente, me doy una palmadita en la espalda, me regocijo en esa emoción que antes pasaba desapercibida, me felicito y me compro un helado. Otras veces, preparo una cena romántica con velas, copas, pongo la mesa bonita y lo celebro con mi pareja. O simplemente me voy a pasear con mi perro (no solo lo saco, paseo con él)… me pongo mi mejor sonrisa y nos vamos con esa hermosa emoción que intento mantener todo el paseo, diciéndome cosas bonitas.
Haz algo para ti. Reconoce tus avances, aunque parezcan mínimos, porque son esos pasos que das con esfuerzo mientras sigues aprendiendo en la vida.
¡Celébralo!
Es algo que digo mucho a mis clientas: ¡celébralo! Porque de esa manera te estás demostrando cariño, amor, respeto, reconocimiento… todo eso que buscas de los demás, primero te lo tienes que dar a ti misma.
Si eres de esas mujeres más organizadas y necesitas apuntarlo todo en la agenda, podrías reservar un día para celebrar tus logros de la semana ¿qué te parece? Puedes hacer una lista de las cosas que te han salido bien, que te han hecho sentir orgullosa de ti, y repasarla antes de darte un baño relajante un domingo por la tarde.
… lo que sea, por pequeño que sea: ¡celébralo! Verás como reconociendo tus logros y tus esfuerzos, refuerzas tu autoestima.
«¿Quieres cambiar tu futuro? Cambia tu presente» (Si no sabes cómo, te ayudo)